En 1941, cuando regresó a Buenos Aires recibió la noticia de su nuevo destino. Lo enviaban como profesor técnico al Centro de Instrucción de Montaña con sede en Mendoza, donde podría aplicar los conocimientos que había adquirido en Europa.
El 6 de marzo, Perón se instaló en Mendoza con su soledad a cuestas. Se alojó en la casa del doctor Pedro Baldasarre, quien lo presentó en la sociedad cuyana. Poco tiempo después se mudó a una casa en la calle Perú, frente a la Plaza Italia, donde se aplicó el remedio que mejor conocía contra la depresión: la obsesión por el trabajo.
A meses de cumplir cuarenta y seis años, Perón contaba con un estado físico muy superior al de los jóvenes aspirantes y lo había conseguido gracias a los ejercicios diarios en los Alpes. En Mendoza tenía los Andes y retomó además la práctica de la esgrima, la equitación y, por supuesto es esquí.
Al poco tiempo de su llegada, el teniente coronel se transformó en pieza de caza para las solteras mendocinas que dejaban volar suspiros cuando lo veían en los desfiles.
Por intermedio de su jefe, Perón volvió a otra de sus pasiones: el estudio de la historia, y junto con ella llegó también la compañía femenina.
Por aquellos días se constituyó en Mendoza la filial del Instituto Nacional Sanmartiniano. Perón se sumó como vocal y asistió a la inauguración oficial. Fue en esa ocasión cuando se encontró con María Cecilia Yurbel, conocida como “la Piraña” o “Polinga”. La joven, de diecisiete
Cuando en 1943 el nombre del coronel Perón comenzó a sonar en la vida pública nacional, se tejieron diversas fábulas sobre “Piraña”. Sobre todo porque el coronel la llevaba a actos y reuniones y la presentaba a veces como su hija, otras como su sobrina y en ocasiones como su ahijada.
Muchos años después, algunos autores aseguraron que la joven era hija de un pobre campesino de Mendoza que la había “cedido” a Perón “para todo servicio”; una “chinita” para los menesteres domésticos en el más amplio sentido de la expresión. Sin embargo, María Cecilia Yurbel Peña no viajó a Buenos Aires en carácter de doméstica, sino como la novia de Perón.
María Cecilia era muy atractiva. Un artículo de El Laborista la describe como “una joven de expresión desenfadada, esbeltas piernas y mórbidas caderas”. ¿Por qué entonces, el apodo de Piraña? Enrique Pavón Pereyra relató que fue una ocurrencia de Perón en alusión a que la joven era de buen comer. “Comés como una piraña”, le habría dicho en alguna oportunidad y desde entonces la joven cargó con ese horrible apelativo.
El 16 de diciembre de 1943, en Radio Belgrano, el coronel Perón, que ya era el secretario de Trabajo y Previsión apareció con la joven tomada de su brazo y la presentó como su hija a escritores y periodistas. Según las publicaciones de la época “la hija del coronel no tendría más de quince años”. En verdad, María Cecilia tenía entonces veinte años, mientras que Perón había celebrado su cumpleaños número cuarenta y ocho.
Mucho tiempo después, cuando la autodenominada “Revolución Libertadora” desalojó a Perón del gobierno, la historia de Piraña resurgió con la intención de demostrar las tendencias depravadas del líder depuesto. Pero, salvo la diferencia de edad, no se advierte en la relación depravación alguna.
Por aquellos años, Perón se encontraba en pleno ascenso político. Había sido uno de los mentores del Grupo de Oficiales Unidos, el GOU, que el 4 de junio del 43 había acabado con el gobierno constitucional, aunque fraudulento, de Ramón Castillo. Con el general Pedro Pablo Ramírez instalado en la Presidencia de la Nación, Perón pidió la dirección del Departamento Nacional de Trabajo, un oscuro organismo que a nadie le interesaba.
Desde ahí comenzó a construir su poder, con la mirada fija en un tema que hacía años lo desvelaba: la cuestión social.
Ahora que había llegado al gobierno, estaba dispuesto a llevar a cabo sus ideas. En su departamento de la calle Posadas, donde vivía junto a María Cecilia, pasaba horas diseñando sus planes.
A fines de 1943, el Departamento de Trabajo fue elevado a la categoría de Secretaría de Trabajo y Previsión y el coronel Perón, al cargo de secretario. Fue el 29 de noviembre, y esa noche celebraron con María Cecilia el ascenso, sin sospechar siquiera que en apenas dos meses un terremoto destruiría San Juan y también la relación que mantenían hacía ya casi tres años.
Cuando ocurrió el terremoto del 15 de enero de 1944, María Cecilia viajó a Mendoza, porque tenía casi todos sus familiares en San Juan”. Después, cuando volvió a Buenos Aires ya estaba “la Eva” en el departamento. María Cecilia no pudo verlo nunca más a Perón.
Tras el ingreso de Eva Duarte en la vida de Perón, María Cecilia no tuvo más remedio que regresar a Mendoza, donde trató de retomar su vida. Pasó bastante tiempo hasta que se casó con un empleado, con quien concibió a Marcelo, su único hijo. No volvió a ver a Perón nunca más, ni siquiera en 1973 cuando Eva ya no estaba, ni tampoco admitió hablar públicamente de su relación.
Falleció en 1989, a los sesenta y cinco años.
* Las mujeres de Perón, por Araceli Bellotta. Editorial Planeta, 2002.
El 6 de marzo, Perón se instaló en Mendoza con su soledad a cuestas. Se alojó en la casa del doctor Pedro Baldasarre, quien lo presentó en la sociedad cuyana. Poco tiempo después se mudó a una casa en la calle Perú, frente a la Plaza Italia, donde se aplicó el remedio que mejor conocía contra la depresión: la obsesión por el trabajo.
A meses de cumplir cuarenta y seis años, Perón contaba con un estado físico muy superior al de los jóvenes aspirantes y lo había conseguido gracias a los ejercicios diarios en los Alpes. En Mendoza tenía los Andes y retomó además la práctica de la esgrima, la equitación y, por supuesto es esquí.
Al poco tiempo de su llegada, el teniente coronel se transformó en pieza de caza para las solteras mendocinas que dejaban volar suspiros cuando lo veían en los desfiles.
Por intermedio de su jefe, Perón volvió a otra de sus pasiones: el estudio de la historia, y junto con ella llegó también la compañía femenina.
Por aquellos días se constituyó en Mendoza la filial del Instituto Nacional Sanmartiniano. Perón se sumó como vocal y asistió a la inauguración oficial. Fue en esa ocasión cuando se encontró con María Cecilia Yurbel, conocida como “la Piraña” o “Polinga”. La joven, de diecisiete
Cuando en 1943 el nombre del coronel Perón comenzó a sonar en la vida pública nacional, se tejieron diversas fábulas sobre “Piraña”. Sobre todo porque el coronel la llevaba a actos y reuniones y la presentaba a veces como su hija, otras como su sobrina y en ocasiones como su ahijada.
Muchos años después, algunos autores aseguraron que la joven era hija de un pobre campesino de Mendoza que la había “cedido” a Perón “para todo servicio”; una “chinita” para los menesteres domésticos en el más amplio sentido de la expresión. Sin embargo, María Cecilia Yurbel Peña no viajó a Buenos Aires en carácter de doméstica, sino como la novia de Perón.
María Cecilia era muy atractiva. Un artículo de El Laborista la describe como “una joven de expresión desenfadada, esbeltas piernas y mórbidas caderas”. ¿Por qué entonces, el apodo de Piraña? Enrique Pavón Pereyra relató que fue una ocurrencia de Perón en alusión a que la joven era de buen comer. “Comés como una piraña”, le habría dicho en alguna oportunidad y desde entonces la joven cargó con ese horrible apelativo.
El 16 de diciembre de 1943, en Radio Belgrano, el coronel Perón, que ya era el secretario de Trabajo y Previsión apareció con la joven tomada de su brazo y la presentó como su hija a escritores y periodistas. Según las publicaciones de la época “la hija del coronel no tendría más de quince años”. En verdad, María Cecilia tenía entonces veinte años, mientras que Perón había celebrado su cumpleaños número cuarenta y ocho.
Mucho tiempo después, cuando la autodenominada “Revolución Libertadora” desalojó a Perón del gobierno, la historia de Piraña resurgió con la intención de demostrar las tendencias depravadas del líder depuesto. Pero, salvo la diferencia de edad, no se advierte en la relación depravación alguna.
Por aquellos años, Perón se encontraba en pleno ascenso político. Había sido uno de los mentores del Grupo de Oficiales Unidos, el GOU, que el 4 de junio del 43 había acabado con el gobierno constitucional, aunque fraudulento, de Ramón Castillo. Con el general Pedro Pablo Ramírez instalado en la Presidencia de la Nación, Perón pidió la dirección del Departamento Nacional de Trabajo, un oscuro organismo que a nadie le interesaba.
Desde ahí comenzó a construir su poder, con la mirada fija en un tema que hacía años lo desvelaba: la cuestión social.
Ahora que había llegado al gobierno, estaba dispuesto a llevar a cabo sus ideas. En su departamento de la calle Posadas, donde vivía junto a María Cecilia, pasaba horas diseñando sus planes.
A fines de 1943, el Departamento de Trabajo fue elevado a la categoría de Secretaría de Trabajo y Previsión y el coronel Perón, al cargo de secretario. Fue el 29 de noviembre, y esa noche celebraron con María Cecilia el ascenso, sin sospechar siquiera que en apenas dos meses un terremoto destruiría San Juan y también la relación que mantenían hacía ya casi tres años.
Cuando ocurrió el terremoto del 15 de enero de 1944, María Cecilia viajó a Mendoza, porque tenía casi todos sus familiares en San Juan”. Después, cuando volvió a Buenos Aires ya estaba “la Eva” en el departamento. María Cecilia no pudo verlo nunca más a Perón.
Tras el ingreso de Eva Duarte en la vida de Perón, María Cecilia no tuvo más remedio que regresar a Mendoza, donde trató de retomar su vida. Pasó bastante tiempo hasta que se casó con un empleado, con quien concibió a Marcelo, su único hijo. No volvió a ver a Perón nunca más, ni siquiera en 1973 cuando Eva ya no estaba, ni tampoco admitió hablar públicamente de su relación.
Falleció en 1989, a los sesenta y cinco años.
* Las mujeres de Perón, por Araceli Bellotta. Editorial Planeta, 2002.