viernes, 7 de agosto de 2009

Las mujeres de Perón*: María Cecilia Yurbel


En 1941, cuando regresó a Buenos Aires recibió la noticia de su nuevo destino. Lo enviaban como profesor técnico al Centro de Instrucción de Montaña con sede en Mendoza, donde podría aplicar los conocimientos que había adquirido en Europa.

El 6 de marzo, Perón se instaló en Mendoza con su soledad a cuestas. Se alojó en la casa del doctor Pedro Baldasarre, quien lo presentó en la sociedad cuyana. Poco tiempo después se mudó a una casa en la calle Perú, frente a la Plaza Italia, donde se aplicó el remedio que mejor conocía contra la depresión: la obsesión por el trabajo.

A meses de cumplir cuarenta y seis años, Perón contaba con un estado físico muy superior al de los jóvenes aspirantes y lo había conseguido gracias a los ejercicios diarios en los Alpes. En Mendoza tenía los Andes y retomó además la práctica de la esgrima, la equitación y, por supuesto es esquí.

Al poco tiempo de su llegada, el teniente coronel se transformó en pieza de caza para las solteras mendocinas que dejaban volar suspiros cuando lo veían en los desfiles.

Por intermedio de su jefe, Perón volvió a otra de sus pasiones: el estudio de la historia, y junto con ella llegó también la compañía femenina.

Por aquellos días se constituyó en Mendoza la filial del Instituto Nacional Sanmartiniano. Perón se sumó como vocal y asistió a la inauguración oficial. Fue en esa ocasión cuando se encontró con María Cecilia Yurbel, conocida como “la Piraña” o “Polinga”. La joven, de diecisiete

Cuando en 1943 el nombre del coronel Perón comenzó a sonar en la vida pública nacional, se tejieron diversas fábulas sobre “Piraña”. Sobre todo porque el coronel la llevaba a actos y reuniones y la presentaba a veces como su hija, otras como su sobrina y en ocasiones como su ahijada.

Muchos años después, algunos autores aseguraron que la joven era hija de un pobre campesino de Mendoza que la había “cedido” a Perón “para todo servicio”; una “chinita” para los menesteres domésticos en el más amplio sentido de la expresión. Sin embargo, María Cecilia Yurbel Peña no viajó a Buenos Aires en carácter de doméstica, sino como la novia de Perón.

María Cecilia era muy atractiva. Un artículo de El Laborista la describe como “una joven de expresión desenfadada, esbeltas piernas y mórbidas caderas”. ¿Por qué entonces, el apodo de Piraña? Enrique Pavón Pereyra relató que fue una ocurrencia de Perón en alusión a que la joven era de buen comer. “Comés como una piraña”, le habría dicho en alguna oportunidad y desde entonces la joven cargó con ese horrible apelativo.

El 16 de diciembre de 1943, en Radio Belgrano, el coronel Perón, que ya era el secretario de Trabajo y Previsión apareció con la joven tomada de su brazo y la presentó como su hija a escritores y periodistas. Según las publicaciones de la época “la hija del coronel no tendría más de quince años”. En verdad, María Cecilia tenía entonces veinte años, mientras que Perón había celebrado su cumpleaños número cuarenta y ocho.
Mucho tiempo después, cuando la autodenominada “Revolución Libertadora” desalojó a Perón del gobierno, la historia de Piraña resurgió con la intención de demostrar las tendencias depravadas del líder depuesto. Pero, salvo la diferencia de edad, no se advierte en la relación depravación alguna.

Por aquellos años, Perón se encontraba en pleno ascenso político. Había sido uno de los mentores del Grupo de Oficiales Unidos, el GOU, que el 4 de junio del 43 había acabado con el gobierno constitucional, aunque fraudulento, de Ramón Castillo. Con el general Pedro Pablo Ramírez instalado en la Presidencia de la Nación, Perón pidió la dirección del Departamento Nacional de Trabajo, un oscuro organismo que a nadie le interesaba.

Desde ahí comenzó a construir su poder, con la mirada fija en un tema que hacía años lo desvelaba: la cuestión social.

Ahora que había llegado al gobierno, estaba dispuesto a llevar a cabo sus ideas. En su departamento de la calle Posadas, donde vivía junto a María Cecilia, pasaba horas diseñando sus planes.

A fines de 1943, el Departamento de Trabajo fue elevado a la categoría de Secretaría de Trabajo y Previsión y el coronel Perón, al cargo de secretario. Fue el 29 de noviembre, y esa noche celebraron con María Cecilia el ascenso, sin sospechar siquiera que en apenas dos meses un terremoto destruiría San Juan y también la relación que mantenían hacía ya casi tres años.

Cuando ocurrió el terremoto del 15 de enero de 1944, María Cecilia viajó a Mendoza, porque tenía casi todos sus familiares en San Juan”. Después, cuando volvió a Buenos Aires ya estaba “la Eva” en el departamento. María Cecilia no pudo verlo nunca más a Perón.

Tras el ingreso de Eva Duarte en la vida de Perón, María Cecilia no tuvo más remedio que regresar a Mendoza, donde trató de retomar su vida. Pasó bastante tiempo hasta que se casó con un empleado, con quien concibió a Marcelo, su único hijo. No volvió a ver a Perón nunca más, ni siquiera en 1973 cuando Eva ya no estaba, ni tampoco admitió hablar públicamente de su relación.

Falleció en 1989, a los sesenta y cinco años.


* Las mujeres de Perón, por Araceli Bellotta. Editorial Planeta, 2002.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Las mujeres de Perón*: Giuliana dei Fiori


Una tarde de julio de 1939, mientras hacía uso de una licencia en sus tareas militares en la Segunda División Alpina Tridentina (Italia), el teniente coronel Juan Domingo Perón conoció a Giuliana dei Fiori.

Frau Kling (íntima amiga de dei Fiori) le contó al biógrafo de Perón, que Giuliana había nacido en el norte de Italia pero trabajaba en Roma, la ciudad en la que se instaló Perón una vez finalizadas sus misiones militares. Kling le había conseguido un lugar para vivir en la pensión Weber, en Piazza Esquilino 29, casi en la esquina de la embajada. En ese lugar, Giuliana y Perón se enteraron de que Italia le había declarado la guerra a Francia, el 10 de junio de 1940.

Desde entonces la vida de Perón se complicó. Luego de su estada en los regimientos de Merano, Aosta y Chietti, había sido designado auxiliar de la agregaduría militar en la embajada y era el encargado de atender a los militares argentinos provenientes de Alemania que arribaron a la ciudad luego de que Hitler invadió Polonia. Después se sumaron los que revistaban en Francia y, tras el ingreso de Italia a la guerra, todos debían abandonar Europa. Pero no era tan fácil regresar. Los submarinos surcaban el Mediterráneo y el Atlántico, y las naciones neutrales evitaban arriesgar sus buques y tripulaciones. Giuliana y Perón agradecían cada día que la guerra retrasaba la partida. Pero a fines de noviembre de 1940, la orden llegó desde Buenos Aires.

A comienzos de diciembre partieron rumbo a España. Giuliana lo acompañó hasta Barcelona, donde permanecieron juntos una semana. Luego se despidieron. Sin embargo, el retraso del equipaje desde Génova le permitió a él retroceder hasta Zaragoza para alcanzarla. Entonces pudieron compartir otra semana. Después si, se dijeron adiós para siempre.

Muchos años después, Perón confesó que en aquel momento tuvo dos certezas: lo definitivo de aquella despedida y que Giuliana estaba embarazada.

En 1970, Perón le pidió al empresario Jorge Antonio, uno de sus mecenas durante el exilio, que rastreara en Italia el paradero de Giuliana.

Antonio fue, recorrió kilómetros, buceó en los archivos, preguntó a los pobladores, pero no obtuvo resultado alguno. “Nada –le dijo al General-. Hace treinta años que nadie sabe de ella. Desapareció con la guerra”.

Si Perón estaba tan enamorado de ella ¿por qué no le pidió a Giuliana que lo acompañara? Tal vez por la razón que le dio a su amiga Fanny en el muelle de Buenos Aires, poco antes de embarcar hacia Italia: “Seguramente me casaré de nuevo. Pero con una europea lo veo difícil. Si me caso, será con una criolla”.


* Las mujeres de Perón, por Araceli Bellotta. Editorial Planeta, 2002.

lunes, 3 de agosto de 2009

Las mujeres de Perón*: Aurelia Tizón


“A mí me gustan las mujeres y estoy contento de que me sigan gustando. No he incurrido nunca en hipocresías al respecto, y jamás pude vivir sin una mujer. Yo siempre necesité de una mujer”. Juan Domingo Perón.

Juan Domingo Perón y Aurelia Tizón se conocieron en los bosques de Palermo, cuando ella dibujaba el paisaje, junto a sus compañeros del “Prilidiano Pueyrredón”. Aurelia tenía 18 años y era muy linda: rubia, menuda, distinguida y con dotes especiales para el arte, sobre todo para la pintura.

Era la candidata ideal para Perón, un militar de futuro promisorio.

Para Aurelia se trataba del príncipe con el que había soñado desde niña. Quedó impactada por su porte atlético, su sonrisa y, sobre todo, por su galantería.

Cada sábado, Perón la pasaba a buscar y salían a caminar, mientras sus hermanas los miraban desde el balcón y coincidían en que formaban una hermosa pareja.

El 3 de enero de 1929, el anuncio del matrimonio apareció en la sección sociales del diario La Razón: “En casa de la familia de la novia, y en la mayor intimidad, el sábado próximo será bendecido el enlace de la señorita Tizón con el capitán Juan Perón, actuando como padrinos de la ceremonia la señora Juana S. de Perón y el señor Cipriano Tizón”. No hubo fiesta, por respeto al luto de Juan (quien poco antes había perdido a su padre Mario Tomás Perón Dutey) y enseguida los novios partieron hacia las sierras de Córdoba, donde pasaron su luna de miel.

Ya en los años 30, mientras Perón desarrollaba su vocación, ella no podía concretar la suya, que era la de ser madre. Al principio le pareció natural no quedar embarazada pero, con el paso de los meses, la ausencia de novedades se transformó en obsesión.

En 1931, en ausencia de su marido (que se encontraba en la frontera norte estudiando la demarcación de limites internacionales) que Aurelia decidió consultar a un ginecólogo. Realizó todos los estudios disponibles en la época y no encontraron ninguna anomalía que impidiera el embarazo. Los médicos le dijeron que enviara a su esposo para estudiar su fertilidad, pero nunca se atrevió a planteárselo.

A comienzos de 1936, Aurelia y Perón partieron rumbo a Chile, bajo la designación de su marido como agregado militar y aeronáutico en la embajada argentina. Para 1937, Aurelia empezó a sentirse mal. Ante las permanentes hemorragias, los médicos chilenos, recomendaron la internación en una clínica alejada de su domicilio. Aurelia se resistió, hasta que Perón logró convencerla de que era la mejor manera de terminar con la enfermedad.

Su dolencia no era una ficción, y ella lo sabía. Su cuerpo se encargaba de confirmárselo.

Cuando regresaron a Buenos Aires a comienzos de 1938, Aurelia estaba mejor, aunque debía guardar reposo. El 24 de junio, día del santo de Perón, al regresear a su casa, la encontró parada sobre una silla, colgando unos farolitos que eran parte de la celebración. La abrazó, pero al soltarla, Aurelia le pidió que la sostuviera porque sentía que iba a caer. Después se desmayó.

La internaron de urgencia en la Clínica Marini, y los médicos determinaron que padecía cáncer de útero. Debían operarla de inmediato. Perón se desesperó. Por primera vez en su vida desatendió su trabajo.

Aurelia Tizón tenía treinta años cuando falleció, el 10 de septiembre de 1938, a la una menos cuarto del mediodía. Perón la abrazó y entre sollozos le decía: “Es el único disgusto que me diste en diez años”. Pero Aurelia ya no podía responderle.


* Las mujeres de Perón, por Araceli Bellotta. Editorial Planeta, 2002.

domingo, 17 de mayo de 2009

No existe para el Peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan...

"Una investigación sobre su actuación como diputado, señala que en 2006, el candidato por el peronismo bonaerense disidente se ausentó en el 61% de las votaciones en el Congreso, en 2007 en el 76% y en 2008 en el 82% de las votaciones”

Aníbal Fernández en “Luisa Valmaggia pregunta” de América 24 sobre Francisco De Narváez